Gustavo Fernández
Paraná – Argentina
Crespo, Entre Ríos, Argentina. Una pequeña y próspera ciudad a 42 kilómetros al sureste de la capital provincial, Paraná. Una población de ascendencia mayoritariamente alemana ("rusos del Volga", en abierto desconocimiento de los devenires geopolíticos y las clases de geografía del colegio, es como se los llama por el lugar). Gente trabajadora hasta el hartazgo que han logrado edificar uno de los polos económicos más prósperos del país, originalmente basada en la agricultura y la avicultura aunque hoy tiene extensiones industriales. Pero en las afueras, en la profundidad de las soledades de esta "pampa chacoparanaense" como geológicamente se denomina la región, originada por depósitos aluvionales del Plioceno inferior, hay gente aún aferrada a las antiguas tradiciones. Donde poco o nada se abandona el terruño, donde los hijos continúan casi kármicamente la labranza que los padres heredaron a sus vez de los abuelos. Donde, aún, muchas mujeres ancianas hablan sólo el dialecto de su Sajonia natal.
Allí, los Spurrenberger – levemente matizamos su apellido, pues acceden a las fotografías pero no "a salir en los diarios con su nombre" (vaya uno a explicarles lo que es una revista electrónica) – son una familia tradicional. El día comienza muy temprano, alrededor de las 4:00, y a eso de las 9 de la noche están todos sumidos en un profundo sueño. Por ello, fue una feliz coincidencia que esa noche del 22 de enero de 2003 todavía estuvieran despiertos a las 22:30, cuando el fuerte ladrido de los numerosos perros les alertó. Miraron por una ventana. Y allí estaba: un "tren detenido"... sólo que las vías más cercanas en esa dirección, el Este, pasan a unos cincuenta kilómetros. La "cosa" parecía tener unos cien metros de largo, inmóvil, brillando sus "ventanillas". La familia la observó durante unos cincuenta minutos, siempre inmóvil, entre rezos musitados. Sorpresivamente, uno de los miembros del grupo señaló algo curioso: otra "luz" parecía provenir "de atrás", es decir, del Oeste. Por lo menos, un intenso resplandor aclaraba el cielo desde esa dirección. Fueron a otra ventana, que en este caso daba al Oeste. Y sí. Había una "luz", informe, titilante, muy densa pero sorprendentemente no tan brillante como pensaron cuando percibieron el resplandor, allí, a unos cincuenta metros por delante de su propia vivienda, en dirección al camino de entrada al predio. Diez minutos, no más, y con mucho miedo, permanecieron susurrándose preguntas sobre qué era eso allí afuera, también inmóvil. De pronto, como un foco eléctrico, simplemente se apagó. Al voltearse, comprobaron que "lo otro", "el tren", también había desaparecido. Entonces, prudentemente, se fueron a dormir, "porque no conviene estar hablando mucho de las cosas del diablo", en su decir. Al amanecer, nada extraño alteraba la paz del campo.
Pero Spurrenberger seguía intrigado, aunque el pastor protestante de su comunidad hubiera seguramente visto con malos ojos su curiosidad. Decidió dirigirse al campo donde había estado "el tren", pero nada curioso llamó su atención. Sólo entonces, cuando regresó a su hogar y echó un vistazo al lugar donde flotó "la otra luz", las vio. Eran marcas. De forma poligonal de catorce lados, que medidas presentaron doce metros de diámetro y dos en cada uno de sus lados. La sustancia blanca es, simplemente, carbonato de calcio, mezclado con numerosas impurezas naturales pero es muy llamativo que la franja de tierra donde la misma estaba depositada se presentaba totalmente "pelada", es decir, libre del pequeño césped silvestre que allí suele crecer.
¿Un fraude perpetrado por la familia? Es sencillo conseguir carbonato de calcio – aún en una cantidad tan significativa – y desparramarlo en el lugar. Pero, ¿para qué? Es gente molesta por el acoso periodístico e investigativo, que no desea que nada altere la paz y rutina del trabajo de campo de todos los días. ¿Algún gracioso para molestar? Imposible: los perros hubieran dado cuenta de él, además de exponerse a un disparo pues es habitual tener armas en la vivienda por seguridad. Incidentalmente, iluminar con algún reflector a los testigos mientras se traza cuidadosamente una figura geométrica de esas dimensiones mientras otros cómplices, del otro lado el campo, encienden varios reflectores secundarios que semejen "ventanillas", es demasiado pedir.
Hipotetizar la función de esa sustancia química en ese lugar queda para otros analistas, por el momento. Nosotros, sólo podemos hacer la crónica, clavar otro alfiler en el mapa y alimentar la estadística y los archivos con otro aterrizaje presuntamente extraterrestre.
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